viernes, 24 de abril de 2009

A Ti Que Vas A Anunciar La Palabra

A TI, QUE VAS A ANUNCIAR LA PALABRA:

Ante todo, ESCUCHA, con oído atento,
al Dios vivo y al
hombre vivo.
Entre los dos,
se establece el ir y venir de la Palabra de
Vida,
de la que eres Servidor.

En tu atención a Dios, convéncete
de esto:
El no se deja escuchar,
sino más allá de tus pasajeros e
inmediatos estados de ánimo;
más allá de la superficie...
Lo escucharás en
lo profundo del corazón,
allí donde se da un contacto fecundo
y una
meditación gozosa de la Palabra:
en el silencio apacible y
vigilante.

Cuando escuches a los hombres,
cultiva un sentido
profundo del encuentro con el otro,
toma muy en serio la densidad de la vida
humana.
No creas que ya conoces suficientemente al otro.
El hombre, - en
singular y en plural -, es siempre inédito.

Esta palabra, Doble y
Unica, GUARDALA en tu corazón.
Sólo allí se opera lentamente una misteriosa
“alquimia del verbo”
que es el alma de la auténtica
predicación.

Tritura, rumia, gusta esa palabra,
que muy pronto
no sabrás decir si es de Dios o de los hombres:
tendrá que ser palabra del
Hombre-Dios-Jesucristo.

RESPONDE al desafío que te lanza una página
en blanco.
Al comienzo sentirás un poco de vértigo.
Comienza a dejar caer
sobre ese aparente campo vacío,
las primeras palabras que destila tu
“alambique”.
Algunas brotaran de inmediato, ricas de dulzor...
Déjalas
fluir libremente: son las primeras savias en tu espíritu,
permíteles liberar
tu propio impulso,
que lancen tu palabra hacia aquellos a quienes has sido
enviado.

HAZ un proyecto provisional a grandes trazos de tu
discurso.

Para que tus palabras
tengan un poco más la justeza y
precisión de la verdad,
el vigor y la dulzura del amor,
habla a Dios,
tanto y más de lo que tú pretendes hablar de El.

Descubre en el
fondo del corazón
de aquellos a quienes vas a hablar,
esa zona pagana de
antiguos terrenos de misión
que cada uno lleva consigo.
Allí es donde
tendrás que atacar a golpes de Buenas Noticias...

Y no olvides
jamás, que “la palabra de dios no está encadenada”.

RETOMA tu
página.
Es la cuna donde la Palabra se hace carne.
Precisa, pule,
moldea,
Destruye el cortejo abrumador de frases inmóviles y
hechas.
Enfréntate con el demonio de la facilidad
y con el otro igualmente
temible:
el de la preocupación narcisista
de confeccionar fórmulas
preciosas y frases altisonantes.
Si cedes a esta tentación, sólo te
predicarás a ti mismo!

Sé claro y permanece simple.
No se habla
en verdad a Dios o de Dios, sino en la lengua maternal.
Admite que no todo se
puede pulir hasta la perfección.
Confía en lo inacabado.
No escribas todo,
deja espacios, puntos suspensivos....
Son los signos de tu disponibilidad al
Espíritu.
El los llenará, cuando llegue el momento.
Lo mejor de tu
predicación no está nunca en el papel.
La fuerza de tu palabra nace en ese
lugar misterioso de tu ser,
en donde algo indefinible,
modela al niño, al
poeta y sobretodo, al profeta,
el hombre invadido por el
Espíritu.

ABANDONA en un rincón tu escrito.
Déjalo madurar – y
por qué no, - déjalo podrir en ti.
De este “humus” germinará la Palabra viva
y auténtica.

Durante la espera.
vigila la autenticidad de tu
presencia para los demás;
amplía los horizontes de tu mirada,
purifica y
haz cada vez más transparentes tus espacios interiores.
Presta atención al
ardor y generosidad de tus combates
y al amor sencillo de tu
corazón.


Cuando llegue el momento,
luego de un último
repaso jugoso y lleno de amor,
ARRÓJATE con toda tu fuerza y con toda tu
paz,
hacia aquellos a quienes vas a hablar.

Cuando sirvas el
banquete de tu palabra,
no olvides añadir una pizca de humor
a tu ánimo y
a tu discurso....
Contarás con una garantía de audacia, de dominio y de
libertad,
para el Servidor inútil que eres.
(nunca serás más servidor y
más inútil)

Nada temas, absolutamente nada!
La Palabra de Dios
está en tu boca, en todo tu ser,
pobremente, pero realmente.
(No
temas...irás y hablarás...No digas: no sé hablar!)
Tus limitaciones, aún tu
pecado, pierden su opacidad
y concurren para hacer de ti una voz
transparente.

Si tu palabra hace brotar otra palabra, la de tus
oyentes, alégrate!
Acoge las aprobaciones, aleja los fáciles
halagos,
trata de escuchar y comprender bien,
comunica a tus respuestas el
sabor gustoso de Evangelio,
con mayor alegría que cuando hablaste la primera
vez.

Pasado el momento de tu alocución,
no vuelvas tus pasos
sobre lo que dijiste
o sobre lo que dejaste de decir!
La semilla está
echada en tierra humana.
A otro le toca hacerla germinar y crecer y dar
fruto...

Recuerda humildemente, no lo que tú has sido al
hablar
(para felicitarte y congratularte...o para arrepentirte).
Recuerda
más bien a aquellos que te escucharon
A fin de que la Palabra culmine su
proceso fecundo en ellos.

Y continúa tu camino de profeta
en
medio de las luchas de los hombres
y fortalecido con la paz de
Dios.

J.G. RANQUET O.P

SEÑOR:
HAZ DE MI ALGO
SIMPLE Y RECTO
COMO UNA FLAUTA DE CAÑA
EN LA QUE SOLAMENTE PUEDA
RESONAR
TU MÚSICA.
(Rabindranath Tagore)

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